
El movimiento Revolución Ciudadana volvió a sacar carta bajo la manga: esta vez, un video que —según ellos— demostraría el “fraude” en las elecciones del 13 de abril. Y como suele pasar cuando el hambre de poder se mezcla con la desesperación, el resultado no es una revelación, sino un ridículo monumental.
Rafael Correa y sus seguidores parecen convencidos de que repetir una mentira con suficiente volumen la convertirá en verdad. El problema es que el mundo no está comprado: las misiones de observación internacional de la OEA y la Unión Europea ya fueron claras. Sí, hubo fallas, irregularidades y hasta chapucerías logísticas, pero no hubo fraude que altere el resultado. Daniel Noboa ganó, y punto.
El correísmo insiste en revivir un fantasma que nadie más ve. Y en esa cruzada no solo desgasta su credibilidad, también fractura aún más a un movimiento que ya muestra grietas profundas. En lugar de mirar hacia el futuro y construir propuestas serias, se empeñan en sostener teorías conspirativas que lo único que hacen es hundirlos en el pantano de la nostalgia y la desconfianza.
El efecto es el contrario al que buscan: no fortalecen su causa, la debilitan. No convencen a indecisos, los alejan. No levantan banderas de justicia, levantan carcajadas. Y si algo queda claro, es que este afán de Rafael Correa por seguir siendo el centro de la política ecuatoriana está llevándose por delante lo poco que queda de un proyecto que alguna vez fue fuerte, pero hoy parece un cascarón vacío.
El país necesita soluciones, no shows. Y el correísmo, si quiere sobrevivir, debería entender que el camino no está en inventar fraudes donde no los hubo, sino en recuperar la sensatez. Claro, eso último parece ser lo único que no está en su agenda.